martes, 23 de junio de 2009

EL CRISTIANO Y LA POLITICA.




En este año 2009 en que nos dirigimos como sociedad al ejercicio democrático que se ha de efectuar en las elecciones llamadas intermedias en los primeros días de julio, en donde nuestro Estado de Nuevo León renovará algunos cargos de elección popular, es adecuado que como cristianos consideremos algunos elementos de reflexión. El punto de partida puede ser aquel que lanzó S.S. Benedicto XVI al inaugurar la reunión de Aparecida cuestionando: ¿Cómo puede contribuir la Iglesia a la solución de los urgentes problemas sociales y políticos, y responder al gran desafío de la pobreza y de la miseria? (Aparecida, n. 4).Nuestro deseo como Iglesia es que todos los que formamos esta sociedad neoleonesa cumplamos con nuestros deberes ciudadanos, para lo cual es adecuado, desde nuestro quehacer cristiano, el tener en consideración aquellos elementos que son propios de nuestra responsabilidad en el campo de la política y en la vida democrática.El modo de actuar de Jesucristo será la base de la concepción política en la Iglesia. Jesús no permaneció neutral políticamente, pero rehusó un mesianismo sólo temporal y político, y así ha de actuar la Iglesia (GS, 42). Así mismo, el cristiano encuentra inspiración para la vida política en el principio evangélico de la caridad: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 13,34), lo cual ayuda a establecer relaciones comunitarias más humanas. Ya en la primera comunidad cristiana, San Pablo recomendaba el cumplimento de los deberes civiles: pago de impuestos, oraciones por los gobernantes para que la vida transcurra en dignidad y piedad, y sumisión no pasiva sino razonada a la autoridad legítima (1Tim 2,1-7). San Pedro también recomendó la sumisión a las instituciones humanas que buscan el bien común. Se trata de una obediencia libre y responsable a una autoridad que hace respetar la justicia (1Pe 2,13-17). Pero, cuando una autoridad humana va más allá de los límites queridos por Dios y está “ebrio de la sangre de los santos y mártires de Jesús” (Ap 17,9), el libro del Apocalipsis tiene duras palabras para tal autoridad que se hace a sí misma un dios y demanda sumisión absoluta, calificándole como la Bestia y recomendando la resistencia de los mártires.

La Iglesia anuncia que Cristo reina en el universo entero y que su reino tendrá plena realización en la eternidad (Col 1,15-20).

Es por ello que el pensamiento bíblico, no sin antes invitar al servicio, refiere con frecuencia que las autoridades vienen de Dios y que la vida social debe vivirse en la verdad, la justicia, la libertad y la solidaridad.Y es que, para que sea posible la coexistencia de un pueblo en una nación y zanjar los numerosos y difíciles problemas que esto nos plantea se precisa que exista una autoridad dotada de poder de decisión y capaz de hacerse obedecer por todos.La importancia de un Estado será el evitar dos factores de riesgo social: primero, una anarquía paralizante, en la que las feudalidades puedan perseguir y conseguir a su talante sus intereses egoístas y mezquinos con detrimento del bien común, pero también se debe evitar una hipertrofia que convierta a la autoridad en un ídolo que exija el alimento de la individualidad de los ciudadanos al acaparar toda actividad humana y social en provecho propio de un grupo de poder o de la cúpula de los partidos. La Iglesia ha manifestado históricamente un gran aprecio por la democracia porque es el sistema que mejor permite la participación activa de los ciudadanos tanto en la elección, como en el control y hasta en la sustitución pacífica de sus gobernantes. No obstante, la democracia tiene dos riesgos: primero, el relativismo ético al ignorar que todo sistema es un instrumento que exige claridad de valores para no ir contra un ordenamiento moral objetivo, y segundo, la corrupción al traicionar en la ausencia de virtud los principios morales y las normas de justicia social. Los riesgos no son menores ya que comprometen el funcionamiento del Estado e introducen desconfianza en las instituciones.La comunidad política está constituida para servir conforme al principio de la subsidiaridad a la sociedad civil de la cual se ha derivado, por lo que es palpable la preeminencia de la sociedad civil sobre la misma comunidad política.La sociedad civil, por su parte, participa en la vida pública a través de las elecciones, del voluntariado y de la cooperación dando vida a modalidades nuevas y positivas de ejercicio de los derechos de la persona que enriquecen cualitativamente la vida democrática.





Pbro. Rogelio Narváez Martínez

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